La Gracia de Ofrendar

Ofrenda con fe y alegría, no por obligación. Tu generosidad es amor y te asocia al Evangelio. Siembras en fe y Dios te proveerá.

a pile of coins sitting on top of a white table
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La Gracia de Ofrendar

Amado lector, ¡es un privilegio inmenso que tengamos la oportunidad de participar en la obra del Señor a través de nuestras ofrendas! En el Nuevo Testamento, especialmente a través de las enseñanzas del apóstol Pablo, la ofrenda se transforma de un requisito legal a una expresión gozosa de la gracia de Dios y una demostración de fe en Su provisión.

Para entender la ofrenda en el Nuevo Pacto, debemos liberarla de la sombra de la Ley. El apóstol Pablo enseña que ya no estamos bajo el Antiguo Pacto, donde las ofrendas (diezmos y sacrificios) eran una obligación para mantener el templo y la relación con Dios.

En la teología Paulina, el fundamento de nuestra ofrenda no es lo que debemos dar, sino lo que Cristo ya nos ha dado. Pablo subraya que la ofrenda es un ministerio, una gracia que fluye de la generosidad de Dios hacia nosotros.

La iglesia de Macedonia es un ejemplo claro: en medio de una "profunda pobreza", su "abundancia de gozo" resultó en una generosidad más allá de sus posibilidades. Esto no fue por obligación, sino un regalo que pidieron la oportunidad de dar.

"Pues les aseguro que, en medio de las pruebas más difíciles, la abundancia de su gozo y su extrema pobreza se combinaron para desbordarse en riquezas de generosidad. Doy testimonio de que, a pesar de sus limitados recursos, ¡dieron de buena gana y aun más allá de sus posibilidades! Incluso nos rogaron que les diéramos el privilegio de participar en esta ofrenda para el pueblo de Dios." (2 Corintios 8:2-4, NTV)

La motivación suprema es el sacrificio de Jesús. Él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Nuestro dar es una respuesta a Su inigualable regalo.

"Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos." (2 Corintios 8:9, NVI)

El Nuevo Testamento establece principios claros sobre cómo y por qué debemos ofrendar, centrándose en la actitud del corazón. La ofrenda debe ser un acto de la voluntad, no una imposición o una respuesta a la presión.

Pablo instruye que cada uno debe dar de acuerdo con lo que ha propuesto en su corazón. No por tristeza ni por necesidad.

"Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre." (2 Corintios 9:7, NVI)

¡Dios ama al dador alegre! Esta es una revelación poderosa: la alegría en el acto de dar es lo que agrada a Dios, no la cifra. La ofrenda es un acto de adoración y fe. No es algo que se improvisa, sino que se planifica como una prioridad.

"Que cada uno de ustedes, el primer día de la semana, separe y guarde una porción de sus ingresos, según como el Señor le haya prosperado. Así, cuando yo llegue, no será necesario recoger las ofrendas." (1 Corintios 16:2, NVI) Esto enseña un dar sistemático y proporcional a la bendición recibida.

Pablo utiliza la poderosa analogía de la siembra y la cosecha para ilustrar el principio de la provisión de Dios en la ofrenda. El dar es visto como una semilla que se siembra en fe. Dios es el que nos da la semilla para sembrar y el pan para comer.

"Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra generosamente, generosamente cosechará... Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda obra buena abunde en ustedes." (2 Corintios 9:6, 8, NVI)

La razón por la que Dios nos prospera y nos da la "semilla" no es para nuestro almacenamiento egoísta, sino para que tengamos todo lo necesario para toda buena obra. ¡Dios no quiere solo que tengas, sino que siembres!

Querido lector, participar en la ofrenda hoy es un acto de adoración, de asociación y de expresión de fe. Cuando ofrendamos, nos convertimos en socios activos del ministerio y la propagación del Evangelio. Nuestro dinero sostiene a los pastores, misioneros y los diversos ministerios que llevan las buenas nuevas. Al igual que los filipenses apoyaron a Pablo, nuestra ofrenda es una fragancia agradable, un sacrificio que Dios acepta con agrado.

Participar en la ofrenda es confesar que nuestra fuente no es nuestro trabajo, sino Dios mismo.

"Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús." (Filipenses 4:19, NVI)

Al dar, activamos Su promesa de proveer para nosotros. No damos para obligar a Dios a que nos dé, sino porque confiamos en que Él ya nos ha provisto y lo hará en el futuro.

Jesús dijo: "Hay más dicha en dar que en recibir." (Hechos 20:35). La ofrenda nos conecta con este principio divino. Al dar, experimentamos el gozo, la provisión y el fluir de la gracia de Dios de una manera que la retención jamás podría ofrecer.

Amado lector, que tu ofrenda nunca sea una carga, sino una respuesta de amor al Padre. Dios no necesita tu dinero, ¡pero quiere tu corazón! Al ofrendar, estás participando en la obra más grande del universo y sembrando semillas que cosecharás en bendiciones que superan con creces lo que diste. ¡Ofrenda con alegría y ve cómo el favor de Dios se derrama sobre ti!

¡Atrévete a ser un dador alegre y mira cómo la abundante gracia de Dios te cubre para toda buena obra!