La Gracia de Dios: ¿Licencia para Pecar o Poder para la Santidad?
Descubre tu nueva realidad en Cristo: Ya no bajo la ley, sino bajo la gracia que te da el poder para reinar sobre el pecado y vivir en la justicia de Dios.
Pastor Juan Carlos Pérez Corrales
La Gracia de Dios: ¿Licencia para Pecar o Poder para la Santidad?
La interrogante de si la gracia de Dios es una excusa o una licencia para pecar es una de las objeciones más antiguas y persistentes contra el glorioso evangelio de Jesucristo. Es natural que surjan dudas, especialmente al observar casos dolorosos como el de quien, afirmando vivir bajo la gracia, toma una decisión tan destructiva como el adulterio. Este tipo de acciones no solo contradicen el espíritu del evangelio, sino que también causan un inmenso sufrimiento, tal como advierte la Biblia: "El adulterio destruye el alma del que lo practica; el que comete adulterio es un insensato" (Proverbios 6:32).
Cualquiera que sugiera que la genuina predicación de la gracia de Dios conduce a una vida licenciosa, revela una profunda incomprensión de la naturaleza misma de esta gracia transformadora. La gracia no es una mera indulgencia para el pecado; es el poder (en griego, dynámis) de Dios infundido en el creyente para sacarle de la esclavitud y la derrota del pecado. No es una excusa para pecar, sino el único camino para alcanzar una verdadera y duradera santidad.
La gracia no nos permite hacer la vista gorda ante el pecado. Al contrario, es la gracia la que abre nuestros ojos espirituales para ver la atrocidad y el alto costo de nuestro pecado: fue el pecado de la humanidad el que clavó a Jesús en la cruz y le costó Su vida. ¿Cómo podría esa verdad llevarnos a despreciar Su sacrificio? El apóstol Pablo confrontó esta misma objeción preguntando: "¿Qué diremos, pues? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?" (Romanos 6:1-2).
La gracia es, por definición bíblica, el poder de Dios para vencer toda inclinación y manifestación del pecado. Cuando una persona vive deliberadamente en un estilo de vida pecaminoso, como el adulterio, y aún así afirma estar "bajo la gracia", debe entenderse que esa persona no está experimentando la vida bajo la verdadera gracia de Dios. La autoridad inquebrantable de la Palabra de Dios lo confirma: "el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia" (Romanos 6:14). Es imposible usar la gracia de Dios como justificación para el pecado, ya que tal acción es una perversión del evangelio. La genuina gracia, el favor inmerecido de Dios, irrumpe en la vida de una persona y neutraliza el poder destructivo del pecado. La gracia no solo perdona, sino que también capacita para la obediencia y la santidad.
Observemos el magistral manejo del pecado y la gracia por parte de Jesús en el relato de la mujer sorprendida en adulterio (véase Juan 8:7-11). Los acusadores, fariseos llenos de legalismo, la arrojaron a Sus pies, esperando que condenara. Jesús, en un acto de suprema sabiduría y justicia, les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella." Uno a uno, cayeron las piedras y se retiraron.
Una vez a solas con la mujer, Jesús preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella, aliviada, respondió: "Ninguno, Señor."
Aquí es donde la gracia se manifiesta en toda su plenitud, sin comprometer la santidad divina. Las siguientes palabras de Jesús son el corazón del evangelio de la gracia: "Ni yo te condeno; vete, y no peques más" (Énfasis añadido).
¿Comprometió Jesús la santidad al no condenarla? ¡Absolutamente no! Sus primeras palabras a los fariseos dejaron claro que el pecado es algo serio que exige castigo. Sin embargo, Él no la condenó porque, en Su corazón y Su plan, Él mismo iba a asumir el castigo por todos sus pecados en la cruz.
El pecado es una fuerza destructiva que destroza matrimonios, familias y el alma humana, tal como advierte Proverbios 7:25-27. Por eso, el mensaje es inequívoco: ¡El pecado es terrible y conlleva consecuencias dolorosas! La predicación de la gracia no es una defensa del pecado, sino una cruzada contra él, pues la gracia de Dios es la única respuesta para obtener la victoria.
Es crucial entender la diferencia entre la consecuencia natural del pecado y el castigo de Dios por el pecado. Poner la mano en el fuego y quemarse es una consecuencia natural; el dolor y el daño no son un castigo de Dios, sino el resultado inevitable de usar nuestro libre albedrío de manera destructiva. De manera similar, quien "incursiona deliberadamente en el pecado y vive un estilo de vida pecaminoso" se quemará con las destructivas consecuencias que vienen con ese estilo de vida.
Volviendo a Juan 8, ¿cómo ayudó Jesús a esta mujer a salir del pecado de adulterio? ¿Le aplicó la Ley de Moisés? ¿Le exigió un arrepentimiento y confesión forzados antes de la liberación? ¡No! Nuestro amado Señor simplemente le extendió una gracia inmerecida. Dispersó a sus acusadores utilizando precisamente la ley que ellos querían imponer, y a ella le dio el don de la no condenación.
Este regalo es la clave de la verdadera libertad. El peso de la condenación legalista y la vergüenza habría mantenido a la mujer atada a un ciclo de pecado. Pero la no condenación que le ofreció Jesús no fue un respaldo a su pecado; fue el poder que la liberó y la capacitó para obedecer Su mandato final: "vete, y no peques más". Es la bondad de Dios, manifestada en Su gracia, lo que nos guía al verdadero arrepentimiento, como dice la Escritura: "¿O menosprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?" (Romanos 2:4).
En la actualidad, muchos usan la palabra gracia libremente, por lo que se anima a ser perspicaz y a probarlo todo con la luz de la Palabra. El mero uso del término gracia en la enseñanza no garantiza que el evangelio se esté representando con precisión y verdad. La exhortación es clara: "Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21).
Asegúrese de que el mensaje que escucha mantenga una posición absolutamente clara y sin compromisos en contra del pecado, mientras exalta la gracia de Dios como el único poder suficiente para la victoria y la santidad. La prueba de la verdadera gracia es la transformación de vida y la producción de un fruto que glorifica a Dios, no el uso de la gracia como cobertura para la rebelión.


La misión de la Asociación MAAM Costa Rica es edificar a los creyentes, profundizando su caminar con Cristo, para que disfruten de la Gracia que Dios nos ha dado.
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