30 de octubre

Salvación por Gracia: Don inmerecido de Dios que recibimos al creer en Él, no por obras (Efesios 2:8-9).

Pastor Juan Carlos Pérez Corrales

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La Ley Exige, la Gracia Suple

Dios te salvó por su gracia cuando creíste. Y no puedes atribuirte el mérito de esto; es un regalo de Dios. La salvación no es una recompensa por las cosas buenas que hemos hecho, por lo que ninguno de nosotros puede jactarse de ello. Efesios 2:8-9 NTV

El relato del joven rico en el evangelio nos ofrece una perspectiva clara sobre este contraste fundamental. Cuando este joven se acercó a Jesús preguntando: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Lucas 18:18), buscaba la vida eterna a través de sus acciones y logros. A través de este encuentro, el Señor nos enseña una verdad crucial: la justificación ante Dios se logra únicamente por la fe en Él, y no por el cumplimiento de nuestras propias obras.

La justificación por la fe trae consigo frutos de vida abundante: esperanza, paz y gozo, y un corazón entregado a Jesús que inevitablemente produce buenas obras como resultado natural de la transformación interior. Por el contrario, la vida vivida bajo el esfuerzo constante de ser justificado por las obras solo genera miedo, ansiedad y una profunda incapacidad para manifestar frutos que perduren en el tiempo.

Para confrontar su confianza en sí mismo, Jesús le dio la vara de medir de la Ley. El joven pensaba que había cumplido todas las leyes, pero Jesús lo llevó al meollo del asunto y le dijo: "Todavía te falta una cosa. Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme" (Lucas 18:22). En este mandato, el joven gobernante descubrió su falta, una que violaba el primer y más importante mandamiento: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éxodo 20:3). Su vasta riqueza se había convertido en su ídolo, y por eso, "se fue triste" cuando se le pidió renunciar a ella (Lucas 18:20-23). En su intento de justificarse por sus obras, falló.

Sin embargo, en un contraste glorioso, miremos el encuentro con Zaqueo. Jesús simplemente se invitó a sí mismo a su casa. No hubo un solo mandamiento o exigencia de la Ley; solo se manifestó la pura gracia. ¡El resultado fue una transformación espontánea y radical! Zaqueo no solo dio la mitad de su riqueza a los pobres, sino que también se comprometió a pagar cuatro veces a todos los que había defraudado (Lucas 19:8). Este acto de generosidad y restitución nació de un corazón tocado y transformado por el amor de Dios. La ley exige, pero la gracia suple.

La Gracia Transforma, la Ley Condena

El principio es claro: La ley exige, y solo resulta en miedo, culpa y condenación. Como dice la Escritura: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23 RVR1960). La Ley actúa como un espejo que revela nuestro pecado, pero no provee la capacidad para superarlo: "ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Romanos 3:20 RVR1960).

Por otro lado, la gracia suple, y produce generosidad, una verdadera santidad, y una transformación interior del corazón. La gracia nos libera del poder del pecado: "Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia" (Romanos 6:14 NBLA).

Esto nos lleva a la pregunta central: ¿Qué mensaje debemos compartir? ¿La justificación por las obras a través del esfuerzo de la Ley? ¿O la justificación por la fe a través del poder de la gracia de Dios? La única respuesta que trae vida y libertad es la segunda.

Lamentablemente, muchos creyentes, después de ser salvos por la gracia, son arrastrados de nuevo a un evangelio de obras. Viven, como el joven rico, bajo la falsa creencia de que deben ser justificados continuamente por su buen desempeño. Esto los lleva a estar constantemente conscientes de sus fallas, con una expectativa temerosa del juicio y el castigo divino. Cualquier adversidad se convierte en una confirmación de su falta. Viven temiendo perder las bendiciones de Dios por algún error reciente.

¿Cuál es el desenlace de esta mentalidad? La inseguridad, el temor, la ansiedad y todo tipo de miedos se instalan en sus vidas, robándoles el gozo y la audacia para vivir con la confianza que brinda el Evangelio.

Amados, ningún ser humano puede cumplir con todas las demandas de la Ley para ser justificado. La única vía para ser declarados justos es por la fe en la sangre del Cordero, Jesucristo. Si no estamos firmemente anclados en esta verdad, y si nuestra conciencia no ha sido lavada por la sangre de Jesús, el miedo será un compañero constante. Es crucial recordar que "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira" (Romanos 5:8-9 RVR1960).

Nuestra justificación es un recorrido continuo "de fe a fe", tal como lo declara la Escritura, se "logra de principio a fin por la fe" y solo por la fe (Romanos 1:17 NTV).